El crecimiento de una sociedad ha dependido, siempre, del nivel de complejidad comunicativa entre personas. La relación social se va construyendo mientras el hombre logra alcanzar más nexos con sus similares. Y es que sólo de esta manera, la producción cultural surge como tal, ya que los conflictos sociales determinan la creación, el contenido y la forma de una cultura específica. No cabe duda que, la Revolución Industrial marcó un hito, para que en la actualidad, el desarrollo de la tecnología supedite el estilo de vida del hombre, teniendo como consecuencia real una atmósfera de aldea global , donde las distancias físicas se han acortado, pero donde sobre todo, la información y el conocimiento se han democratizado.
Con la globalización, las industrias culturales –que son todo tipo de empresas dependientes de algún sistema tecnológico, forjadas en el capitalismo; produciendo, distribuyendo y haciendo circular consumo de bienes y servicios; como lo hacen el cine, la radio, la televisión, Internet, etc.- han sabido calar en todo territorio. El tráfico de producciones culturales (información) sucede porque éstas tienen un valor de mercado, universalmente reconocidos, debido al valor cultural que se han ostentado al formarse. Es la demanda la que fija un precio de cambio al producto cultural, y no la mano de obra ni los procesos para obtenerlo.
Pero la innovación, actividad constante y perenne del hombre, ha causado la creación de normas y leyes que velen por ese dinamismo; la amenaza de la piratería ha obligado a hacerlo. La era la de digitalización, que ha devenido por consecuencia del uso de codificación digital (código binario) de las industrias culturales, doblegó aún más la producción y distribución de bienes y servicios, pero abrió la posibilidad de ser imitados.
La invención es una propiedad intelectual, por lo tanto, se le considera un capital cultural, y éste viene a ser el caldo de cultivo de todo el proceso cultural. El posterior pago por los derechos de autor, se generan en la reproducción de aquel capital, que al mismo tiempo, al ser una cuestión universal, originan dispositivos de cobranza y control en todos los países. El creador cobra por cada producto vendido.
La piratería, sin embargo, a pesar de corromper con ese principio legal; encuentra en las misma tecnología las herramientas para poder multiplicar esos frutos. El MP3, la fotocopiadora, la quemadora, etc., son instrumentos que pertenecen a esta era de la digitalización que tantos beneficios ha traído a las industrias culturales. Las disqueras se encuentran en una encrucijada al no poder discernir entre los productos que distribuyen, que son legales, y la legalidad de la copia, si la producción de estos aparatos tecnológicos son provechosos para el ritmo de la era.
Si bien existe el Copyright –institución internacional que regula, por medio de normas, los derechos de autoría y patrimonio. Protege la propiedad literaria y artística del sujeto- sus límites existen en su propia labor. El estricto control que despliega en todo el mundo sólo es a nivel de copias y reproducción, mas no sobre el consumo del producto. Una persona, al comprar un disco original, puede hacer una copia de éste, porque ya le pertenece. Y ni si quiera hay ilegalidad al momento de hacerlo, porque existen las quemadoras que se venden en cualquier tienda y sirven para esa finalidad.
Pero si la piratería es vista como un brote perverso de la era digital, para beneficiar a las personas que no pueden pagar por productos originales; aquella entidad que se ubica como protectora del derecho de autor, Copyright, beneficia más a los sujetos que invierten en ésta, que al mismo artista, motor y sustento de existencia del defensor de los derechos del creador.
Podemos encontrar, entonces, en la piratería, no sólo el lado oscuro de la mencionada era, sino también como un factor que puede democratizar. Es más, imitar permite la sobrevivencia del legado precedente, y eso interesa más al artista, que prefiere perdurar en la mente de sus seguidores, que al Copyright. No se pudo y no se podrá evitar el surgimiento de herramientas tecnológicas que contribuyan, inconcientemente, a la expansión de la piratería. En todo caso, que dejen de producirlas.
Con la globalización, las industrias culturales –que son todo tipo de empresas dependientes de algún sistema tecnológico, forjadas en el capitalismo; produciendo, distribuyendo y haciendo circular consumo de bienes y servicios; como lo hacen el cine, la radio, la televisión, Internet, etc.- han sabido calar en todo territorio. El tráfico de producciones culturales (información) sucede porque éstas tienen un valor de mercado, universalmente reconocidos, debido al valor cultural que se han ostentado al formarse. Es la demanda la que fija un precio de cambio al producto cultural, y no la mano de obra ni los procesos para obtenerlo.
Pero la innovación, actividad constante y perenne del hombre, ha causado la creación de normas y leyes que velen por ese dinamismo; la amenaza de la piratería ha obligado a hacerlo. La era la de digitalización, que ha devenido por consecuencia del uso de codificación digital (código binario) de las industrias culturales, doblegó aún más la producción y distribución de bienes y servicios, pero abrió la posibilidad de ser imitados.
La invención es una propiedad intelectual, por lo tanto, se le considera un capital cultural, y éste viene a ser el caldo de cultivo de todo el proceso cultural. El posterior pago por los derechos de autor, se generan en la reproducción de aquel capital, que al mismo tiempo, al ser una cuestión universal, originan dispositivos de cobranza y control en todos los países. El creador cobra por cada producto vendido.
La piratería, sin embargo, a pesar de corromper con ese principio legal; encuentra en las misma tecnología las herramientas para poder multiplicar esos frutos. El MP3, la fotocopiadora, la quemadora, etc., son instrumentos que pertenecen a esta era de la digitalización que tantos beneficios ha traído a las industrias culturales. Las disqueras se encuentran en una encrucijada al no poder discernir entre los productos que distribuyen, que son legales, y la legalidad de la copia, si la producción de estos aparatos tecnológicos son provechosos para el ritmo de la era.
Si bien existe el Copyright –institución internacional que regula, por medio de normas, los derechos de autoría y patrimonio. Protege la propiedad literaria y artística del sujeto- sus límites existen en su propia labor. El estricto control que despliega en todo el mundo sólo es a nivel de copias y reproducción, mas no sobre el consumo del producto. Una persona, al comprar un disco original, puede hacer una copia de éste, porque ya le pertenece. Y ni si quiera hay ilegalidad al momento de hacerlo, porque existen las quemadoras que se venden en cualquier tienda y sirven para esa finalidad.
Pero si la piratería es vista como un brote perverso de la era digital, para beneficiar a las personas que no pueden pagar por productos originales; aquella entidad que se ubica como protectora del derecho de autor, Copyright, beneficia más a los sujetos que invierten en ésta, que al mismo artista, motor y sustento de existencia del defensor de los derechos del creador.
Podemos encontrar, entonces, en la piratería, no sólo el lado oscuro de la mencionada era, sino también como un factor que puede democratizar. Es más, imitar permite la sobrevivencia del legado precedente, y eso interesa más al artista, que prefiere perdurar en la mente de sus seguidores, que al Copyright. No se pudo y no se podrá evitar el surgimiento de herramientas tecnológicas que contribuyan, inconcientemente, a la expansión de la piratería. En todo caso, que dejen de producirlas.
bueno estas haciendo unas publicaciones muy buenas me encanta leer ese tipo de comentarios espero k siguas pa adelante ehh
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