Asistí veinte minutos antes para evitarme problemas de tardanza. El edificio no era un objeto monumental, pero no pasaba desapercibido por las inmensas antenas ubicadas en la parte superior, y por el infaltable logo de la empresa, que permite a los transeúntes imaginarse la labor que se cumple en su interior. Eran las instalaciones de Radio Programas del Perú (RPP) el lugar previsto para mi entrevista. No me había generado tantas ilusiones al saber, por correo electrónico, que la tendría frente a mí, conversando y enterándome de su vida profesional, un lunes por la mañana. De todas formas, era Milagros Leiva el personaje con el que conversaría; una mujer -a mí parecer- centrada, bien preocupada, y sobre todo, muy segura de sus comentarios.
Al llegar a la puerta, me dirigí a la garita de seguridad para hacerle saber al agente, que entrevistaría a Milagros. Muy sorprendido y desentendido, me dijo que la periodista aún no había llegado, y aún más, que no había avisado de la presencia de un externo a las 11 de la mañana para una entrevista. No obstante, me dijo que esperara, si se había comprometido a hablar conmigo. Yo era el interesado, así que hice caso.
Mientras esperaba en la puerta y miraba el reloj de mi celular, percibía todo el movimiento que crecía mientras los minutos avanzaban en Paseo de la República. La avenida Aramburú –justo en la entrada del puente que traspasa la vía expresa- se congestionaba, debido a la cantidad de carros que venían de Paseo de la República y que intentaban cruzarla, y también, a que los semáforos detenían muy seguido el paso de los autos de la primera avenida, interfiriendo en el fluido deslizamiento de éstos.
Ya eran las 11 y 40 y se detuvo una camioneta Nissan de color rojo, con lunas polarizadas, en la puerta del edificio. Yo no sabía si Milagros tenía auto, pero tenía la esperanza de que sea ella quien descendiera de aquel. Se abrió la puerta de atrás, y la figura femenina que bajó fue identificada en el acto, pero sin mayor importancia para mí. “Rosa María Palacios ¿Por qué no pensé en ella” se me ocurrió; mientras le abrían la puerta y caminaba hacia el interior de RPP.
Muchas personas en camisa y pantalón, en faldas y blusas, en jeans y polos, entraban y salían del lugar. En ese momento decidí sacar mi celular con la intención de conectarme a la internet. Sin pensar, tecleé la palabra Facebook para unirme al mundo virtual. Ya distraído, y olvidándome de mi propósito en la radio, empecé a leer las publicaciones. Repentinamente, hubo una que me llamó la atención. Mi tutor mencionaba que el ex rector de mi universidad, Vicente Santuc, había fallecido en la madrugada, en París. Casi era imposible de creer. ¡Sólo tenía unos días allá!
Inevitablemente, se me pasó por la mente aquel hombre que caminaba por los jardines de la Ruiz, con las manos atrás, con su gorra inglesa siempre característica; con la mirada al frente, dando a entender que siempre había algo por hacer; aquel hombre que había creado la Escuela de Filosofía y Pedagogía Antonio Ruiz de Montoya, para luego hacerla universidad; abriéndome la posibilidad a mí y a muchos otros de alimentarnos del conocimiento, y formarnos como humanistas. “¡Adiós, Vicente!”
Ya desconcertado, intenté no exteriorizar mi malestar. Estuve mirando de un lado a otro, esperando que algo o alguien me hiciera cambiar de cara. Raúl Vargas salió, pero, inmediatamente, subió a un auto rojo en donde el chofer ya lo esperaba. Chema Salcedo, que vestía la camiseta de un equipo de fútbol que no pude identificar, salió acompañado de un hombre del recinto y dijo, a los que estábamos afuera, –porque éramos tres-: “¿alguien me busca?”. Al no recibir la mínima atención, se retiró hacia el grifo que estaba al lado del edificio.Eran los 12 y 20.
Esperando a que sea la una de la tarde, hora en la que Milagros y Chema salen al aire en “La rotativa del aire”, y dándome igual si hacía la entrevista o no, intenté buscar a Chema.
Logré encontrarlo en el grifo. Lo saludé, me presenté, y le expliqué el motivo por el que estaba hablándole.
-“Milagros aún no llega”, me dijo.
-“¿Cree que puede darme su número de celular?”, le contesté.
-“Es que no lo tengo. Pero si me dejas tu número se lo puedo dar a ella para que te llame”, finalizó.
Sin bacilar, apunté mis datos en un papel y se lo di. No le creí nada de lo último que aclaró, pero entendí que no le daría el número de celular de una amiga y compañera de trabajo a un desconocido. Pero yo no perdía nada intentándolo.
Ya cerca a la una, y sin ver algún rastro de la Leiva, decidí irme. Minutos después, ya en el micro, recibo la llamada de mi mamá:
-“¿Y qué tal la entrevista?”, preguntó.
-“Nunca hablé con ella. No se apareció. ‘Que se le vaya el tren’ de una vez”, respondí.
- Ella está al aire. Bueno, ya tendrás otra oportunidad”; me dijo mi mamá, siempre tan esperanzadora como cualquiera de su clase.
Yo no sé. Me dijeron que esperar es parte del oficio de un periodista; Santuc mencionó que “la filosofía es paciencia”; y yo creo que cuando sea un profesional y me necesiten para una entrevista, no dejaré esperando a alguien...por más de dos horas y media.
Mientras esperaba en la puerta y miraba el reloj de mi celular, percibía todo el movimiento que crecía mientras los minutos avanzaban en Paseo de la República. La avenida Aramburú –justo en la entrada del puente que traspasa la vía expresa- se congestionaba, debido a la cantidad de carros que venían de Paseo de la República y que intentaban cruzarla, y también, a que los semáforos detenían muy seguido el paso de los autos de la primera avenida, interfiriendo en el fluido deslizamiento de éstos.
Ya eran las 11 y 40 y se detuvo una camioneta Nissan de color rojo, con lunas polarizadas, en la puerta del edificio. Yo no sabía si Milagros tenía auto, pero tenía la esperanza de que sea ella quien descendiera de aquel. Se abrió la puerta de atrás, y la figura femenina que bajó fue identificada en el acto, pero sin mayor importancia para mí. “Rosa María Palacios ¿Por qué no pensé en ella” se me ocurrió; mientras le abrían la puerta y caminaba hacia el interior de RPP.
Muchas personas en camisa y pantalón, en faldas y blusas, en jeans y polos, entraban y salían del lugar. En ese momento decidí sacar mi celular con la intención de conectarme a la internet. Sin pensar, tecleé la palabra Facebook para unirme al mundo virtual. Ya distraído, y olvidándome de mi propósito en la radio, empecé a leer las publicaciones. Repentinamente, hubo una que me llamó la atención. Mi tutor mencionaba que el ex rector de mi universidad, Vicente Santuc, había fallecido en la madrugada, en París. Casi era imposible de creer. ¡Sólo tenía unos días allá!
Inevitablemente, se me pasó por la mente aquel hombre que caminaba por los jardines de la Ruiz, con las manos atrás, con su gorra inglesa siempre característica; con la mirada al frente, dando a entender que siempre había algo por hacer; aquel hombre que había creado la Escuela de Filosofía y Pedagogía Antonio Ruiz de Montoya, para luego hacerla universidad; abriéndome la posibilidad a mí y a muchos otros de alimentarnos del conocimiento, y formarnos como humanistas. “¡Adiós, Vicente!”
Ya desconcertado, intenté no exteriorizar mi malestar. Estuve mirando de un lado a otro, esperando que algo o alguien me hiciera cambiar de cara. Raúl Vargas salió, pero, inmediatamente, subió a un auto rojo en donde el chofer ya lo esperaba. Chema Salcedo, que vestía la camiseta de un equipo de fútbol que no pude identificar, salió acompañado de un hombre del recinto y dijo, a los que estábamos afuera, –porque éramos tres-: “¿alguien me busca?”. Al no recibir la mínima atención, se retiró hacia el grifo que estaba al lado del edificio.Eran los 12 y 20.
Esperando a que sea la una de la tarde, hora en la que Milagros y Chema salen al aire en “La rotativa del aire”, y dándome igual si hacía la entrevista o no, intenté buscar a Chema.
Logré encontrarlo en el grifo. Lo saludé, me presenté, y le expliqué el motivo por el que estaba hablándole.
-“Milagros aún no llega”, me dijo.
-“¿Cree que puede darme su número de celular?”, le contesté.
-“Es que no lo tengo. Pero si me dejas tu número se lo puedo dar a ella para que te llame”, finalizó.
Sin bacilar, apunté mis datos en un papel y se lo di. No le creí nada de lo último que aclaró, pero entendí que no le daría el número de celular de una amiga y compañera de trabajo a un desconocido. Pero yo no perdía nada intentándolo.
Ya cerca a la una, y sin ver algún rastro de la Leiva, decidí irme. Minutos después, ya en el micro, recibo la llamada de mi mamá:
-“¿Y qué tal la entrevista?”, preguntó.
-“Nunca hablé con ella. No se apareció. ‘Que se le vaya el tren’ de una vez”, respondí.
- Ella está al aire. Bueno, ya tendrás otra oportunidad”; me dijo mi mamá, siempre tan esperanzadora como cualquiera de su clase.
Yo no sé. Me dijeron que esperar es parte del oficio de un periodista; Santuc mencionó que “la filosofía es paciencia”; y yo creo que cuando sea un profesional y me necesiten para una entrevista, no dejaré esperando a alguien...por más de dos horas y media.
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