Las palabras de un sacerdote italiano en la celebración de una misa a la que asistí el domingo pasado, referidas a la existencia del infierno, me hicieron reflexionar por el orden al que responde la Iglesia católica. Este cura afirmó con mucha seguridad que el infierno no existe. “¿Cómo Dios, que es tan bueno, puede mandar al infierno a una creación que fue hecha a su imagen y semejanza? ¿Cómo es posible concebir que Dios es capaz de condenar al hombre a ‘vivir’ en un lugar de sufrimiento para toda la eternidad?” No pocos levantamos la mirada de forma pensativa, seguramente dándole una relativa razón al padre. Y es que si en verdad pensamos que Dios es bueno, bondadoso, y perdona ¿Por qué no creer en los argumentos de un referente, un intermediario, un intérprete de la palabra de Dios? ¿Acaso debemos seguir el conservadurismo de la Iglesia y ser temerosos, hasta la muerte, de ir a parar al infierno tal y como ésta institución dicta?
Inmediatamente asimilada estas polémicas declaraciones, me puse a pensar en Dante y su adornado y creativo infierno. La forma de un cono volteado, dividido en nueve espacios - donde las almas son clasificadas a partir de la gravedad de los pecados cometidos en vida- que conforman este entorno imaginario, iban desapareciendo de mi cabeza uno a uno. El miedo que condicionaba mi vida, hasta entonces, de ir al infierno por algún desobedecimiento a los “Diez mandamientos”, de pronto se desvaneció.
Ahora, claro, muchos se habrán puesto a pensar, apropiándose de este sustento, que el hombre puede hacer lo que quiere en el mundo. Total, Dios perdonará todo acto en perjuicio del mismo hombre ¿no? Qué habrá pasado con Hitler y Lenin al haber estado, sus almas, siendo juzgadas ¿Fueron perdonados, entonces? El sacerdote tampoco ahondó más en el tema, seguramente entendiendo del criterio de cada uno de los presentes para descifrar lo que quiso decir y las ideas que involucran, y no contar con algún ‘mensaje subliminal’ porque a cualquiera se nos pasa. Pero sí dijo “Nosotros actuamos sin pensar, somos ingenuos.”
Saltan a relucir también los cuestionamientos relacionados al proceder de la Iglesia respecto a los sacramentos que con tanta autoridad y vehemencia impone para enderezar –dicen- la vida del hombre. ¿Bautismo? ¿Comunión? ¿Matrimonio? Si el hombre debía seguirlos para ser perdonado después de pecar ¿Qué sentido tendría aplicarlos en la vida si no hay infierno? ¿En qué abismo caeríamos al ser pecadores, si Dios no lo permitiría?
Recordé también haber leído el Fedón. En esta obra de Platón, se muestra a Sócrates minutos antes de su muerte hablando con sus discípulos y amigos de no temer a dejar de existir. Si bien se entiende que la intención del filósofo es lisonjear la práctica de filosofar –porque una vez que el alma se desprenda del cuerpo se librará de los deseos y pasiones que lo ciegan, alcanzando un estado puro y predispuesto a razonar- es rescatable y válida la posición que mantiene sobre el alma y su reciclamiento. Es decir, el alma una vez que abandona el cuerpo migrará a otro y le dará vida, y así sucesivamente hasta lograr su purificación, y finalmente, una vez listo, poder ser parte del cielo y deslizarse por doquier.
Encontramos así, dos posturas de lo que podría sucedernos una vez muertos -una mejor argumentada que la otra, claro está-: la de ser perdonados por nuestros pecados sin importar sus injerencias en vida, y la purificación del alma a través de la historia, adoptando identidades terrenales, para alcanzar el cielo. Si miramos bien, podemos valernos de cualquiera para postrarla como una guía de vida, aunque la opinión del sacerdote podría contraponerse a la de Sócrates si los que leen esto son católicos fervientes y están abiertos a esta posibilidad – lo aclaro porque también hay católicos fervientes conservadores-. De ser así, y de propagarse esta nueva concepción que implica la muerte, la Iglesia podría encontrar inestabilidad. Pero no por lo que representa, porque cumple bien su papel de hacer perdurar el nombre de Dios, sino por la adhesión de adeptos y control sobre la conciencia de las personas. Después de todo, ha sido un personaje de la ‘casa’ quien invita a reflexionar de esta manera.
Pero no estoy, en estos momentos, para criticar a la Iglesia, y más bien defiendo el control que deben ejercer ciertas instituciones sobre el desenvolvimiento del hombre. La religión me parece un buen elemento de disciplina. El padre italiano, si bien no sumó más argumentos a su visión, no quiso decir que el ser humano podría hacer lo que quería en esta vida, como matar o robar, al decir que sería perdonado por Dios.
Creo que él entiende en el buen juicio y capacidad de razonamiento de los individuos para vivir en mundo donde no se perjudiquen drásticamente –porque de todas formas seguiremos pecando y lastimaremos a otros-. Si Dios siempre nos perdonará será porque somos propensos a dejarnos invadir por deseos y pasiones eventuales que no permitan un bien común, y además porque con el pasar de los años comprenderemos qué no debemos hacer. Puede ser que falten miles de años para una permanente estabilidad de vida entre los hombres, y puede que nosotros mismos perdamos la fe, pero Dios –al parecer- esperará nuestro cambio y de ninguna manera dejará su fe a un lado por nosotros. Y cuando su hijo baje del cielo otra vez, para el llamado Apocalipsis, será para decirnos “Ya son hombres”.
Inmediatamente asimilada estas polémicas declaraciones, me puse a pensar en Dante y su adornado y creativo infierno. La forma de un cono volteado, dividido en nueve espacios - donde las almas son clasificadas a partir de la gravedad de los pecados cometidos en vida- que conforman este entorno imaginario, iban desapareciendo de mi cabeza uno a uno. El miedo que condicionaba mi vida, hasta entonces, de ir al infierno por algún desobedecimiento a los “Diez mandamientos”, de pronto se desvaneció.
Ahora, claro, muchos se habrán puesto a pensar, apropiándose de este sustento, que el hombre puede hacer lo que quiere en el mundo. Total, Dios perdonará todo acto en perjuicio del mismo hombre ¿no? Qué habrá pasado con Hitler y Lenin al haber estado, sus almas, siendo juzgadas ¿Fueron perdonados, entonces? El sacerdote tampoco ahondó más en el tema, seguramente entendiendo del criterio de cada uno de los presentes para descifrar lo que quiso decir y las ideas que involucran, y no contar con algún ‘mensaje subliminal’ porque a cualquiera se nos pasa. Pero sí dijo “Nosotros actuamos sin pensar, somos ingenuos.”
Saltan a relucir también los cuestionamientos relacionados al proceder de la Iglesia respecto a los sacramentos que con tanta autoridad y vehemencia impone para enderezar –dicen- la vida del hombre. ¿Bautismo? ¿Comunión? ¿Matrimonio? Si el hombre debía seguirlos para ser perdonado después de pecar ¿Qué sentido tendría aplicarlos en la vida si no hay infierno? ¿En qué abismo caeríamos al ser pecadores, si Dios no lo permitiría?
Recordé también haber leído el Fedón. En esta obra de Platón, se muestra a Sócrates minutos antes de su muerte hablando con sus discípulos y amigos de no temer a dejar de existir. Si bien se entiende que la intención del filósofo es lisonjear la práctica de filosofar –porque una vez que el alma se desprenda del cuerpo se librará de los deseos y pasiones que lo ciegan, alcanzando un estado puro y predispuesto a razonar- es rescatable y válida la posición que mantiene sobre el alma y su reciclamiento. Es decir, el alma una vez que abandona el cuerpo migrará a otro y le dará vida, y así sucesivamente hasta lograr su purificación, y finalmente, una vez listo, poder ser parte del cielo y deslizarse por doquier.
Encontramos así, dos posturas de lo que podría sucedernos una vez muertos -una mejor argumentada que la otra, claro está-: la de ser perdonados por nuestros pecados sin importar sus injerencias en vida, y la purificación del alma a través de la historia, adoptando identidades terrenales, para alcanzar el cielo. Si miramos bien, podemos valernos de cualquiera para postrarla como una guía de vida, aunque la opinión del sacerdote podría contraponerse a la de Sócrates si los que leen esto son católicos fervientes y están abiertos a esta posibilidad – lo aclaro porque también hay católicos fervientes conservadores-. De ser así, y de propagarse esta nueva concepción que implica la muerte, la Iglesia podría encontrar inestabilidad. Pero no por lo que representa, porque cumple bien su papel de hacer perdurar el nombre de Dios, sino por la adhesión de adeptos y control sobre la conciencia de las personas. Después de todo, ha sido un personaje de la ‘casa’ quien invita a reflexionar de esta manera.
Pero no estoy, en estos momentos, para criticar a la Iglesia, y más bien defiendo el control que deben ejercer ciertas instituciones sobre el desenvolvimiento del hombre. La religión me parece un buen elemento de disciplina. El padre italiano, si bien no sumó más argumentos a su visión, no quiso decir que el ser humano podría hacer lo que quería en esta vida, como matar o robar, al decir que sería perdonado por Dios.
Creo que él entiende en el buen juicio y capacidad de razonamiento de los individuos para vivir en mundo donde no se perjudiquen drásticamente –porque de todas formas seguiremos pecando y lastimaremos a otros-. Si Dios siempre nos perdonará será porque somos propensos a dejarnos invadir por deseos y pasiones eventuales que no permitan un bien común, y además porque con el pasar de los años comprenderemos qué no debemos hacer. Puede ser que falten miles de años para una permanente estabilidad de vida entre los hombres, y puede que nosotros mismos perdamos la fe, pero Dios –al parecer- esperará nuestro cambio y de ninguna manera dejará su fe a un lado por nosotros. Y cuando su hijo baje del cielo otra vez, para el llamado Apocalipsis, será para decirnos “Ya son hombres”.
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